jueves, 13 de mayo de 2010

¡EN CONCIERTO! No se lo pierda...

No lo podía creer, eran cerca de las 8 de la noche y faltaba poco más de una cuadra para que llegara a mi apartamento, cuando me pareció escuchar... ¿¡Cantos de ranas!? Así es, cantos de ranas, como hacía tiempo que no escuchaba... Ante la duda, desandé el camino y, en efecto, era un verdadero concierto de ranas. Seguí más atrás, hasta otra casa con jardín, y allí también se escuchaban. Ya no quedaba la mayor duda: ¡Había ranitas!... ¡Sobrevivían ranitas! Aquello me impactó bastante, sobretodo porque hace más de cuatro años que vivo en esta comunidad*, por cierto, bastante contaminada, polucionada y desforestada, y en todo ese tiempo no las había escuchado. Incluso, cuando me mudé, mi "piscina" de plantas semiacuáticas traía renacuajos, pero, según pude observar, morían al abandonar la última fase metamórfica. En ese entonces (apenas aterrizaba en el nuevo apartamento) no estaba el vivero techado con malla. Así que sospecho, que el sol intenso (aunque algunas plantas hacían sombra) los afectó drásticamente, con lo que al final se "extinguieron" de mi "territorio".

Siempre me han fascinado las ranas y los sapos (aunque con estos últimos hay que ser más cuidadosos). De niño "importaba" los renacuajos del riachuelo local (en Macuto), al jardín de mi mamá. Aquel chiquillo, sin leer libro alguno aprendió mucho de la "infancia" de las ranas: Observó como a los renacuajos les salían sus paticas, para luego perder sus colitas y, finalmente, al cabo de unos días, ¡saltar fuera del pipote!: ¡Qué descubrimiento para un niño! Un descubrimiento, además, basado en la observación diaria, con tanta pasión y orden, que no dudo en concederle el carácter de "científico". Pero hay algo más, la sintonía, el cariño, que aquel hecho produjo en ese niño respecto a estas pecualiares criaturitas.

A veces pienso que nuestros niños citadinos, se pierden, a fuerza de estar frente a una fría pantalla (por citar un caso), de una maravillosa aventura al natural. Es posible, que más de una mamá entraría en crisis, al ver llegar a su bebé, enlodazado y con un improvisado acuario lleno de intranquilos renacuajos. Pero, sin lugar a dudas, para su niño o niña (porque las hay, y muy exploradoras), sería una aventura de excepcional calidad vivencial. Es así como se forman, a mi entender, los hombres y mujeres "todo terreno", que luego disfrutarán y apreciarán a la naturaleza de manera muy especial.

Lo cierto del caso, es que ¡allí están!, en medio del cemento y del asfalto, desafiando al cambio climático, y cantando su melodía plurimilenaria. Allí están mis queridas ranitas, como aquellas que alegraron mi infancia exploradora: ¡En concierto!

*Suroeste de la ciudad de Caracas

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta que hayas retrocedido a tu infancia y vivido momentos felices, igualmente que a estas alturas te acompañen nuevamente.¡Te felicito!. Yo me alegro, mas yo les tengo pavor tanto a las ranas como a los sapos.

Como dices tu seguimos en contacto. Saludos.

Luisa E. Romero.

Anónimo dijo...

Excelente jajajajajaja

Francisco.

Anónimo dijo...

¡¡¡Pues no hay canto que alegre tanto el corazón, muy de acuerdo!!! :)

Sandra Sequeira

Herminia Pesquera dijo...

Disfrutamos mucho leer sobre tus experiencias con la naturaleza y demás relatos. Te felicitamos; son muy buenos. Julio y Herminia.

Argenis M. Ramos O. dijo...

Gracias a todos por sus comentarios. Realmente, son un aliciente y una guía para mejorar.