lunes, 30 de marzo de 2009

Flores, Modelos y Mujeres del Campo

Jean Francois Millet (1841-1875)
"Las Espigadoras"

H
abía ido al nuevo centro comercial a cumplir con el "ritual" de depositar en el banco el beneficio de un trabajo recién finalizado, y allí me encontré a una pequeña multitud de hombres y mujeres, que se arremolinaban justo frente a una de las librerías. Rápidamente concluí que había algún "famoso" firmando su última producción literaria. Para poder subir por la escalera mecánica necesariamente tenía que pasar frente al sitio donde estaba sentada, no el "famoso", sino la "famosa". En efecto, era una cotizada modelo y actriz, que -como había supuesto- firmaba, pero no precisamente libros, sino calendarios en los que aparecía fotografiada, dejando muy poco para la imaginación. De repente, aquella imagen me resultó chocante: La dama firmaba calendarios, que, en el caso de los admiradores (entiéndase hombres), rápidamente eran "ojeados". Así, que la modelo, sin proponérselo, después de trazar unas líneas, prácticamente se "desnudaba" delante de ellos. Pensé: "Hay que tener cara dura". Sin embargo sé, que desde una perspectiva llamada hoy día "profesional", todo ese asunto queda potabilizado y ya.

Lo que sucedía a su alrededor no era menos llamativo: Algunos hombres se "apostaban" en sitios "estratégicos" para no perderse ningún detalle de la diva, que, la verdad sea dicha, hasta donde se podía ver -puesto que estaba sentada delante de una mesita-, vestía modestamente. En el grupo de las mujeres, desde mi punto de vista, me pareció reconocer dos tendencias: Las admiradoras (a una le escuché decir: "Tiene tremendo cuerpo") y las que manifestaban desinterés parcial ("ah sí, es fulanita de tal", dijo una, sin parar su marcha) o, incluso, total desinterés (es decir, como que si no estuviera ocurriendo nada). Todo aquello, por momentos me resultó divertido. Pero, a medida que me alejaba de aquella escena, no pude evitar pensar en serio: "Aquello era como vivir de la propia imagen", me dije. "Bueno, acaso cuando quieres vender una planta, no la fotografías en su mejor ángulo", ripostó una vocecita. "Sí, pero no hay comparación entre una planta y una persona", contesté rápidamente. Ya había salido del centro comercial y, por la calle, el contrapunteo interior continuaba. De pronto, la imagen mental de una flor, la flor de un anthurium (una cala), para ser más exacto, me remitió a un tipo de mujeres, que posiblemente no puedan aplicar para los concursos de belleza tradicionales, pero que son excepcionales: Excepcionales por su fortaleza, por su piedad, por su capacidad de servir a quien más lo necesite, porque, en esos campos de Dios, con todas las limitaciones que los citadinos nisiquiera imaginamos, esas mujeres saben salir adelante: En muchos casos son autodidactas, dentro de la rudeza en la cual muchas de ellas se han levantado, han aprendido a ser sutiles, delicadas, respetuosas y sabias. No pocas tienen que lidiar con esposos de difícil temperamento, o dados a la bebida excesiva. Pero lo hacen sin ceder en dignidad. Y hay quienes son verdaderas matronas, escultoras de hombres, familias y pueblos.

Todavía recuerdo, hace unos años un suceso. Conducía por una vía troncal campesina y, por el camino de tierra, vi a una joven madre con un bebé en brazos. Estaba angustiada. Al niño, desde hacía dos días, no le cedía la fiebre. Y ella, caminando, salió de su caserío, en dirección a la principal. Y desde allí, si no lograba agarrar el único autobus que había entre los dos pueblos más importantes (ciertamente, a esa hora ya el colectivo hace rato que había pasado), caminaría. Lo cierto es que ya había caminado cerca de 7 ó 10 kilómetros, y para el hospital más cercano, si no lograba un aventón, tendría que caminar 20 kilómetros más. Le dijimos que subiera y la llevamos hasta el hospitalito de uno de los pueblos. El agradecimiento, por parte de ella, no se hizo esperar. Desamparo, soledad, sufrimiento, no dejan de acompañar a estas nobles mujeres.

Otra situación que me impactó muchísimo, fue la de una mujer que, con nueve meses de embarazo, fue devuelta a su casa por el personal médico, casi a las 9 de la noche, "porque todavía no le tocaba". Esta mujer, acompañada por su esposo, venía de un campo lejano. Un vecino generoso les había dado la cola. Ella aseguraba que desde temprano sentía los dolores de parto. Sin embargo, no hubo manera que la dejaran nisiquiera en observación.

Por eso, desde esta ciudad de flores que se asoman en altas torres y modelos que firman sobre su descubierta imagen, quise escribir estas líneas en homenaje a esas admirables mujeres que le dan vida a nuestros campos... Y a nuestras ciudades, porque los tomates o las guayabas que María Eloisa embala junto a su esposo Heriberto, finalmente alimentan a los citadinos.

¡Ah! Y qué tiene que ver la flor del anthurium (Bandera portuguesa, por cierto; que está fotografiada en este blog) con las mujeres del campo. Pues, muy simple. Ese hermoso ejemplar, me lo regaló una mujer campesina hace dos años. ¡Y no deja de florear cada vez mejor! Gracias a esas flores, no puedo olvidar a mis hermanos del campo. ¡Dios las cuide!

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