domingo, 2 de enero de 2011

JARDINERÍA I: HABLAR CON LAS PLANTAS (2)

Jardin secret, 2008. Danielle Richard

En el primer artículo -Hablar con las plantas- decíamos que de una "estrecha comunicación depende, en gran parte, el éxito del jardinero con los habitantes vegetales del jardín." Y así es. Sin embargo, esta comunicación no debe entenderse de manera "material". Es decir, como que si nosotros habláramos a las plantas y ellas nos escucharan. Más bien, quiero insistir en el deber que tiene el jardinero (aficionado o profesional) de conocer con diligencia e insistencia la naturaleza de las especies vegetales con las que "trata" o trabaja. Esta naturaleza abarca, desde las características botánicas de cada ejemplar, hasta su ubicación en la naturaleza, incluidas las condiciones climáticas y/o de altitud relacionadas con tales condiciones. Es verdad, que nuestros ejemplares de "vivero", son, en términos generales, híbridos de híbridos. Pero, la herencia "primitiva" no deja de ser determinante en muchos aspectos.

Si se es jardinero profesional o paisajista, este conocimiento es, a mi entender, una responsabilidad muy seria. Sólo si se conoce muy bien a las plantas con las que se "trajina", se podrá diseñar eficientemente jardines y elegir las especies botánicas que realmente van a perseverar con éxito en dichos jardines. Más aún, a partir de este conocimiento, se puede predecir en un altísimo porcentaje el desarrollo y posterior ajuste de las plantas a su nuevo medio. Mientras escribo, considero la cantidad de problemas que se "ganan" los jardines por la elección de individuos vegetales, que -una vez adultos- colman los espacios, lastimándose a sí mismos, o amenazando con dañar las estructuras en las que se encuentran (piénsese en esas grandes palmeras o árboles encaramados en los balcones de multitud de edificios).

Pero ¿y qué hay de la conversación con las plantas en todo esto? Pues bien, no puedes "entenderte" con ninguna criatura de la naturaleza (ni con tus semejantes), si no las conoces bien. Sin este conocimiento, no podremos reconocer cuando una planta está "cómoda" e, incluso, "feliz", o anticiparnos a sus "crisis". No comprenderemos las "llamadas de atención" que las mismas plantas nos dan continuamente. Ellas, las plantas, además, nos hablan con su coloración, su floración, su brillo u opacidad, su aspecto saludable o enfermizo. Para esto último, también es importante "ejercitarse" en la paciente observación. Sin embargo, nada de esto se alcanzará, si no hay amor por lo que se hace y por las mismas plantas. Sólo así se sorteará el astío y los momentos de dureza, que sobran en esta maravillosa disciplina, afición o profesión.

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