sábado, 2 de enero de 2010

Hermano sol, hermana luna... ¡Hermano lobo! o la jardinería desde una perspectiva cristiana (parte IV)

Introducción a la cuarta y última parte de “Hermano sol, hermana luna... ¡Hermano lobo! o la jardinería desde una perspectiva cristiana”:

El 31 de julio de 2009, inicié esta serie dedicada a la persona de San Francisco de Asís y a su peculiar amor por el medio ambiente. Cuando escribí la tercera parte, decidí terminarla en una cuarta parte, pero con la idea que fuera una síntesis de las precedentes. Esta tarea no me resultó fácil. Finalmente, hoy, tres meses después, pude concluir la cuarta y última parte. Aquí se las dejo. Y mis mejores deseos para este 2010:

Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra: Esta es la primera parte del Credo de Los Apóstoles y fundamento de todo lo que sigue. Es la fe profesada por el “Pobrecito de Asís”, la misma fe profesada por tantos y tantos cristianos a los que me uno de corazón. Sí, un mismo Dios y Padre, que ha creado (de la nada) todo por Amor. Y como lo afirma el primer capítulo del Génesis: Dios todo lo hizo bien y, no sólo eso, sino que las bendijo (Cfr. Gen 1, 22). Muchos años después de mi racionalismo absoluto, en mi adolescencia, no deja de sorprenderme el orden de aparición, en la Creación, de los elementos abióticos y los vivientes, según el Libro sagrado: Luz, agua, corteza terrestre, plantas, animales acuáticos, aves, animales terrestres, serpientes, lagartos, insectos y el homo sapiens (el ser humano). Es el mismo orden de llegada que nos da la ciencia. ¿Cómo aquellos nómadas originarios de caldea pudieron, hace más de tres mil años, antes de cualquier medición con el carbono 14, dar con esta secuencia?

Hoy, que desesperados por la sistemática destrucción del medio ambiente y sus consecuencias, tendemos cada vez más, a una especie de deificación de la naturaleza, de la tierra o el medioambiente (es decir, convertir a la naturaleza, la tierra o el medioambiente, en dioses), es importante trascender la materialidad bio-física-química (la materialidad de las cosas creadas), para buscar el Rostro del Creador. De otro modo, nos vencerá la desesperanza o, peor aún, el odio hacia nuestra misma especie.

Sí, hermano sol, hermana luna, hermano lobo… Hermano hombre… E, incluso, Hermano Dios, en Cristo Jesús. Por eso dice San Agustín, refiriéndose al Misterio de la Navidad: “Dios se hace Hombre, para que el hombre se haga Dios”. La clave no es convertir al ser humano en un subproducto de la “madre naturaleza”, para que así sea anulado o sometido a esta. Pero tampoco el ser humano es el dueño absoluto de ella (el Dueño es Dios). Él, el hombre (hombre y mujer), es sólo un administrador y deberá rendir cuentas. Ni por debajo, ni por encima de la creación, sino hermano de ella. Así lo entendió San Francisco, en comunión con la más genuina doctrina revelada.

Alguna vez leí que Sir Francis Bacon dijo que el mayor error de Dios había sido crear al hombre (cita no confirmada). Esta frase, atribuida a Bacon, encaja perfectamente en el sentir de no pocos ecologistas. Sin embargo, aunque esto nos choque, el ser humano, realmente ha demostrado poseer la superioridad que Dios le concedió frente a la naturaleza; y, nos guste o no, la suerte de esta misma naturaleza está unida al arbitrio del hombre. Cuando leí esta frase, hace treinta o más años la aplaudí. Ahora, no puedo dejar de asombrarme, en el mejor de los sentidos, una y otra vez, de la llamada especie humana (a la que, además, felizmente, pertenezco).

En una de las cartas de San Pablo (Romanos 8, 22-23) aparecen unas palabras tan llenas de ecología, que sorprenden: “Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo”. Para ese entonces, la sistemática sobreexplotación de los recursos naturales de las costas del Mediterráneo, bajo el dominio de diversos pueblos, convertiría a esa zona, hasta nuestros días, en un área semidesértica, pobre, arrasada. Pero la creación, la naturaleza, el medioambiente, no ha dejado de gemir, de retorcerse de dolor, hasta nuestros días, y junto a ella, el ser humano, puesto que somos hermanos y participamos de la misma suerte. Pero hay más: Por qué esa destrucción, ese irrespeto, esa continua vejación para con su hermana, la naturaleza. San Pablo, nos da la coordenada: “La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió” (Rom 8, 20). Así es, la vanidad, la codicia, del ser humano, que no deja de intervenir en ella (la creación, la naturaleza) con la presunción orgullosa, vanidosa, de que sabe, conoce, o, simplemente, puede (técnicamente) hacerlo. Y como parte de esa naturaleza violada, mancillada, padece nuestro ser, nuestro cuerpo, nuestra vida y todo lo que deriva de ella: Familia, trabajo, relaciones interpersonales, las fuentes de la vida humana, entre otras. Casi nunca hablamos de la ecología del ser humano y, sin embargo, el ser humano tiene órdenes y ordenamientos que cumplir, tanto biológicos, físicos y químicos, como morales.

A pesar de todo esto, no hay ni puede haber cabida para la desesperanza, porque el mismo Padre y Dios, que nos creo, nos rescatará (ya lo ha hecho en su Hijo, que Nació de Santa María Virgen, Murió en la Cruz, Resucitó gloriosamente y se nos da como Alimento en la Eucaristía). Por eso, afirma San Pablo: “(La creación ha) de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Rom 8, 21)

La redención de la naturaleza, de la creación, no es, ni puede ser, un hecho inmanente (es decir, de la misma naturaleza), puesto que ella obedece a un orden, que si bien se opera en su dinámica interna, ha sido dado por “Otro” (Dios). Y qué hay de su hermano, el ser humano (hombre y mujer). Difícilmente, superará su vanidad y, por tanto, su codicia y presunción de concebirse como el “absoluto”, hasta que no se reconozca como creado, como parte de la obra amorosa de Dios; es más, hasta que no comprenda que no hay nada en la creación que pueda llenar y satisfacer su ser entero. Nada, absolutamente nada, de lo que pueda poseer o dominar, podrá llenar su corazón y hacerle feliz definitivamente. Todo lo que existe (comida, bebida, bienes, su relacionarse con otras personas y realidades), no es más que un medio para alcanzar la vida eterna. En definitiva, sólo en Dios Creador, Padre y Amor eterno, el hombre (hombre y mujer) puede alcanzar la felicidad plena, imperecedera, auténtica, definitiva… Y eso, lo sabía y vivía San Francisco; y según esa verdad configuró su existencia y ya, en esta vida, se desnudó de la riqueza y el poder de su linaje paterno, para caminar con sencillez (sin consumir apenas nada del medioambiente, sin afán de dominio) al lado de su Maestro, Jesús de Nazareth.

Desde esta perspectiva, a mi entender, se fundamenta una efectiva, razonable y equilibrada, visión de la jardinería y la ecología, a la hora de administrar, respetar y valorar los maravillosos dones que Dios nos ha dado.


Sigue la secuencia de esta serie:


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1 comentario:

Bolieche dijo...

Hola! Feliz Año, me animé a leer tu artículo por el título, me recordó una canción del grupo español ya extinto (Mecano), pues si, todo ser vivo merece respeto por parte de nosotros los humanos... Saludos!