En este primer artículo de agosto, continuamos con la serie Hermano sol, hermana luna... ¡Hermano lobo! o la jardinería desde una perspectiva cristiana. Antes de continuar, sin pretender despojar a este artículo de su carácter universal (puesto que está destinado a todo tipo de público), quiero, sin embargo, hacer una acotación: Está dirigido, de manera especial, a todos los lectores que se confiesan como católicos, como cristianos. La razón, es que cuando inicié esta serie, lo hice para esclarecer ciertos principios que, a mi entender, son muy importantes y, lamentablemente, no son tomados en cuenta, o se viven en medio de un sincretismo cada vez más marcado. Considero necesario, que los católicos, los cristianos (desde el siglo I, según testimonio de varios autores, católico y cristiano son dos términos que significan una misma realidad; por eso, se usaban indistintamente), miremos hacia nuestras raíces, para redescubrir verdades apasionantes y liberadoras.
En el área de la jardinería -que es lo que me ocupa- se ha impuesto, ya sea por esnobismo, o porque es una tendencia generalizada, o por una búsqueda de experiencias alternas a la propia fe revelada, o por gusto, o por superstición, o por el atractivo que, de unos años para acá, ejercen las prácticas con cierto carácter oriental en occidente (y escribo "cierto carácter oriental", porque, en definitiva, han sufrido una influencia mercantilista-occidental), un formato "mágico", espiritualista-materialista. Espiritualista-materialista, porque si bien se insiste en los efectos "espirituales" de ciertos ritos enmarcados en el ámbito de la jardinería, al final de cuentas, a estos mismos efectos, se les hace depender inexorablemente de la materia mineral o vegetal, o de la disposición de estas, sin que haya más razón que la voluntad humana. Es decir, no hay una causalidad basada en las propias leyes de la naturaleza (físicas, químicas y biológicas).
Hasta aquí la parte II.
Sigue la secuencia de esta serie:
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